Permacultura, ecoloxía, movimientos sociales, contrainformación, dreitos del home, cultura y muito más visto desde un pequeiñu güertu de Senabria sobre os llizaces del mundu rural, indixenista, llibertariu y ancestral
Permacultura, ecologìa, movimientos sociales, contrainformaciòn, derechos humanos, cultura y mucho màs visto desde un pequeño huerto de Sanabria sobre las bases del mundo rural, indigenista, libertario y ancestral

Las mujeres en el mundo celta

Relacionando esta tendencia actual con la historia de las civilizaciones antiguas,
comienzo a investigar y estudiar la cultura castreña en el noroeste ibérico (mal llamada cultura celta), y por ende Sanabria, de los celtas, y el rol que ejercía la mujer 
como miembro activo del clan céltico; siendo este una familia perpetuada que formaba 
el núcleo de la tribu y de la misma surgía los gobernantes. A su vez el clan de la madre 
estaba diferenciado del clan del padre, entendiendo de esta forma que ambos sexos 
tenían un papel jerárquico en la familia, correspondiéndole a la madre la educación de 
los hijos menores y al padre la de los hijos mayores. La mujer siempre participaba 
activamente en el buen funcionamiento de su clan. 
Podría afirmarse que las mujeres celtas poseían los mismos derechos, privilegios, 
obligaciones y responsabilidades que los hombres; eran consideradas compañeras en 
igualdad de condiciones. Tenían derecho a elegir marido y no podían casarlas sin su 
consentimiento; eran ellas quiénes decidían, en una festividad organizada para dicho 
fin, con quién casarse y recién en ese momento se los consideraba un matrimonio. Esta 
era una alianza entre dos familias, con un funcionamiento común de los bienes de la 
pareja; ambos cónyuges pagaban una dote, ya que poseían independencia y autonomía 
económica, conservando sus bienes personales de forma individual. Es decir que la 
mujer celta no pasaba a formar parte de la familia del hombre, sino que seguía 
conservando sus bienes.
Estas consideraciones determinan que la sociedad Celta era Matrilineal. 
Con una distancia de miles de años, se deduce que las mujeres originarias de esta 
cultura ,al ser criadas tan libremente como los hombres, fueron un modelo de mujer 
diferente a la del resto de las civilizaciones de la antigüedad , que enfrentaba al modelo 
grecorromano primero y al judeocristiano después. La mujer en la vieja Irlanda- único 
lugar del mundo celta que nunca fue visitado por las legiones romanas, mantuvo su 
independencia hasta el siglo XII, estaba casi en un plano de igualdad con el hombre. 
Permaneció emancipada y fue a menudo elegida por su profesión, rango y fama. 
Las mujeres celtas eran guerreras, participaban activamente de la guerra, siendo 
imprescindibles, por su intuición y sentido común.


La idea de la existencia de un régimen de tipo matriarcal por extensión, entre todos los pueblos del Norte y Noroeste ibérico en época prerromana se fundamenta, por una parte, en el conocido texto de Estrabón (3, 4, 18): "Por ejemplo entre los celtas los hombres dan la dote a las mujeres, las hijas son las que heredan y buscan mujer para sus hermanos; esto parece ser una especie de ginecocracia (dominio de las mujeres), régimen que no es ciertamente civilizado"; y, por otra, en la asunción de la teoría evolucionista del siglo XIX, que sostenía la anterioridad de las sociedades de tipo matriarcal con respecto a las patriarcales. En la actualidad, debido a la justa valoración de la información que proporciona el geógrafo griego, a la comparación con lo que sucede en otras sociedades antiguas del Mediterráneo occidental, al abandono de las tesis evolucionistas del siglo XIX, que defendían la existencia de una fase general de las sociedades humanas que había precedido a la sociedad patriarcal (Bachofen, Morgan, Engels), y a una más adecuada interpretación de los datos que proporcionan las inscripciones cántabras, la tesis "matriarcal" tiene cada vez menos argumentos a la hora de intentar establecer las características de la organización social de los cántabros en época antigua. Por los datos que nos ofrece Estrabón, lo único que se puede intentar reconstruir es el sistema matrimonial de este pueblo. J.C. Bermejo, tras analizar el valor concreto de los términos utilizados por Estrabón en el pasaje mencionado, teniendo en cuenta su preciso contexto histórico-cultural, señala, refiriéndose a todos los pueblos del Norte y Noroeste (generalización que, en nuestra opinión es excesiva, ya que el texto de Estrabón sólo alude a los cántabros), que se dio una tendencia estructural al matrimonio entre primos cruzados. Este sistema matrimonial sería, además, de tipo "matrilineal" y posiblemente "uxorilocal" para el hombre y "matrilocal" para la mujer, pero no necesariamente matriarcal. La descripción que Estrabón hace del tipo de matrimonio entre los cántabros no es suficiente para demostrar la existencia de una "ginecocracia" o "matriarcado", puesto que, si bien las mujeres tuvieron un papel importante en los intercambios matrimoniales (las hermanas dan esposa a sus hermanos), no se debe olvidar que los hombres "dotan a las mujeres", lo cual indica que el hombre posee un importante papel económico en la sociedad cántabra. A esto hay que añadir que tanto el poder militar como el político están en manos de los hombres. Todo ello impide seguir manteniendo, a partir del texto de Estrabón, la existencia de un matriarcado, régimen en el que el papel económico, político, jurídico y religioso de la mujer sería preeminente, considerando el sentido etimológico del término. La historicidad del matriarcado, tal y como pretendía Bachofen, es indemostrable actualmente. Como dice E. Cantarella, ni en la sociedad minoica, ni en la ligur, ni en la etrusca hay pruebas históricas de su existencia. En la Historia Antigua del Mediterráneo occidental no hay ninguna posibilidad de probar la existencia de una sociedad matriarcal en el sentido etimológico del término. La mujer puede ocupar una posición significativa, elevada en la sociedad (por ejemplo, por el desempeño de funciones sacerdotales o por su papel en la economía en las épocas más primitivas)
Se puede concluir que existía un matriarcado, de una sociedad en la que la mujer tenía en sus manos el poder político, económico y religioso. 

más información: http://www.almargen.com.ar/sitio/seccion/cultura/celtas9/

1 comentario:

  1. La fundamentación del resentimiento femenino, en la forma inicial de odio sexista, se ha realizado a través de la construcción teórica del patriarcado, es decir, de la elaboración de una especulación sobre la historia que carece de apoyo documental o fáctico y adopta la forma de mito, una fábula o leyenda sobre el origen de la opresión de la mujer y su sometimiento por los hombres, que ejerce un poderoso influjo sobre la sociedad. Se presenta la totalidad de la historia humana como la de la opresión y dominación de la mujer, ofreciendo una explicación fácil y simple de la experiencia de la humanidad como corresponde a la mitología.
    En el bien trabajado libro “La demografía de Torrejón de Ardoz en el siglo XVIII”, J.M. Merino Arribas, entre otros varios hechos que cuestionan la retórica sexista aparece uno de notable significación: en esa centuria las tumbas femeninas resultaban ser de más calidad, por lo general, que las masculinas, asunto que se repite monótonamente en estudios similares realizados en otras poblaciones. Si lo eran es porque en vida las mujeres de las clases populares debían ser consideradas con extraordinario respeto, afecto y amor, por delante de los varones. Este dato tiene antecedentes históricos llamativos, pues en la formación social celtíbera se encuentra exactamente lo mismo. Expone Mª del Rosario García, en “Antropología de una necrópolis de incineración de la Meseta”, texto incluido en “Los celtas en península Ibérica”, destinado al estudio del asentamiento celtibérico de La Yunta (Guadalajara), que “las tumbas femeninas son más ricas (en ajuar) que las masculinas”, habiendo armas en el 50% de los enterramientos de mujeres frente al 33% de los varoniles. En “La necrópolis celtibérica de Sigüenza: revisión del conjunto”, María L. Cerdeño y J.L. Pérez de Ynestrosa, se expone
    que algunas de las tumbas mejor abastecidas de armas defensivas y ofensivas de dicha necrópolis, fechada en los siglos VII-VI antes de nuestra era, son enterramientos de mujeres. No debe interpretarse esto como que la Celtiberia fuese matriarcal, pues nada al respecto dicen los historiadores griegos y romanos, muy bien enterados siempre, sino que en ella no se daba el patriarcado, no existiendo discriminación por razones de sexo, aunque aquéllos callan sobre si las mujeres celtíberas portaban armas e iban a las batallas, lo que sí afirman de otros pueblos peninsulares prerromanos, wetones, vacceos, gallegos y brácaros. La razón de la falta de sexismo y de la ausencia de patriarcado en Celtiberia es que no existía el Estado. Considerar que la historia de la humanidad ha sido homogénea en lo de la opresión de la mujer es un aserto sin fundamento, pues lo cierto es que se han alternado periodos muy diversos. Para la península Ibérica, los pueblos del centro y norte, sin aparatos estatales, no conocieron el patriarcado hasta la llegada de los imperios conquistadores, sobre todo romanos. Roma constituyó la primera gran sociedad patriarcal conocida en el área peninsular, si bien no logró imponer esta institución a los pueblos del norte, poco y mal romanizados. El trabajo “Sistemas de género entre los pueblos prerromanos”, Elisa Garrido González, en “Historia de las Mujeres en España”, Elisa Garrido (ed.), abunda en lo expuesto, añadiendo datos de sumo interés, como la participación de las mujeres de la Celtiberia en los sistemas de auto-gobierno asamblearios propios de esa formación social; y también cita casos específicos en los que aquéllas tomaron las armas para defenderse de las legiones. La conclusión es la ya mencionada: no hubo patriarcado en los pueblos pre-romanos del centro y norte de Hispania. Éste se dio cuando se introdujo con el Estado y la propiedad, no antes, por los imperios conquistadores, cartagineses y, sobre todo, romanos. Ello es una excelente exposición histórica de la naturaleza real del patriarcado, que debe ser investigada en la experiencia y no inventada a priori, como hace el sexismo político.

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