Había un gran incendio en la sierra sanabresa en el que los animales más grandes del bosque salieron corriendo, incluidas las brigadas forestales. En este momento un pequeño caracol con la boca llena de agua se dirigía hacia el fuego, es decir, en dirección contraria que el resto de animales, cuando el más grande de los ciervos le preguntó ¿pero qué haces? vengo del lago de coger agua- y el lobo le preguntó- ¿Crees que vas a conseguir apagar el fuego con el agua de tu pequeña boca y lo lento que te mueves? Bueno- respondió, el caracol- yo hago mi parte.
El caracol construye la delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra las espiras cada vez más amplias; después cesa bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en decrecimiento, ya que una sola espira más daría a la concha una dimensión dieciséis veces más grande, lo que en lugar de contribuir al bienestar del animal, lo sobrecargaría. Y desde entonces, cualquier aumento de su productividad serviría sólo para paliar las dificultades creadas por esta ampliación de la concha, fuera de los límites fijados por su finalidad. Pasado el punto límite de la ampliación de las espiras, los problemas del sobrecrecimiento se multiplican en progresión geométrica, mientras que la capacidad biológica del caracol sólo puede, en el mejor de los casos, seguir una progresión aritmética
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