La palabra paisano viene de la palabra francesa pays (campo), que también nos dio las palabras país y paisaje. Así existe una relación directa entre el paisaje y la gente que lo configuran, es decir las y los paisanos que trabajan el campo. El concepto paisaje es relativamente reciente. El castellano lo importó del francés, siendo su etimología paysage, pays, paysant y su correspondiente paisaje, país, paisano, lo cual indica una estrecha relación entre ruralidad y agricultura.
No hay que olvidar que en latín medieval pagensis adquiere un nuevo matiz, y los pagenses van a ser los que comparten residencia en un mismo pagus o comarca y se rigen por las mismas tradiciones conformando una identidad propia. Es así como ya pasa al francés paysan una acepción secundaria para designar al que es del mismo territorio.
El territorio es por antonomasia, junto con la sociedad, el objetivo esencial de la acción política. Es pues, en última instancia, el lugar en el que las personas se organizan en comunidad y con los pies en el suelo. Es su nación —entendida etimológicamente como el lugar en el que se nace—, su patria —la tierra de sus padres y sus antepasados—, y su país —el viejo pagus romano, el lugar de relaciones donde transcurre cotidianamente la vida— y del que derivaban además el paisano, el pagano, el paisaje o el payés.
La y el paisano es, probablemente, la especie más amenazada de extinción en el ámbito rural. Pero no cualquier paisano. Me refiero al genuino, al paisano que sabía hacer paisaje y país, que sabía hacer de todo.
Por todo ello debemos sentirnos orgullosas y orgullosos de ser paisanas y paisanos, a pesar del carácter peyorativo que se la ha querido dar al término.
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