Es
una pregunta que me hacen con frecuencia. Algunxs compañerxs me cuentan entre
risas que oyen más esa pregunta que sus nombres, y, como los nombres, les
cansa. A mi no, al contrario, me encanta que me la hagan. Puede ser porque me
gusta el lío, pero también denota un interés por parte de la persona que la
hace, una apertura, una disposición a escuchar y, al menos por un momento, a
considerar otros argumentos. Sí, me gusta la pregunta ¡fíjense si me gusta que
me la hago yo solo!. Pues bien, intentaré responderla:
En
primer lugar y no por ello más importante, sino todo lo contrario, existen
razones relacionadas con la salud que me aconsejan seguir una dieta vegana: las
grasas de origen animal requieren un mayor esfuerzo metabólico para ser
digeridas y tienen exclusividad sobre el llamado “colesterol malo”. El consumo
de lactosa tras la lactancia se ha demostrado perjudicial para la salud con
especial incidencia sobre las alergias. El proceso de digestión de la carne
hace que nuestra sangre se acidifique, obligando al cuerpo a utilizar el calcio
y el fósforo de los huesos para contrarrestar ese efecto. La acidificación de
la sangre es además un factor fundamental en el desarrollo de procesos
cancerígenos. Comemos cadáveres que llevan, en el mejor de los casos, varios
días muertos. Los estómagos de lxs carroñerxs están provistos de mecanismos
especiales para contrarrestar la gran cantidad de bacterias y sustancias
tóxicas existentes en la carne en descomposición (proceso que comienza en el
mismo momento en que el corazón deja de latir y la sangre detiene su
circulación), de los que lxs humanxs carecemos. Por no hablar de las
enfermedades cardiovasculares; diabetes, colesterol, provocadas
fundamentalmente por el consumo de grasas animales. Además los animales que
comemos son sometidos a dietas compuestas de transgénicos cultivados con gran
cantidad de fitotóxicos, de hormonas, productos químicos y elementos de oscura
procedencia como restos de huesos, intestinos, vísceras, etc que son reconvertidos
en piensos por la gran industria. El estrés que sufren los animales antes de
morir provoca que se acumulen tóxicos en la carne. La base de los piensos se
elabora con maíz, cereal que el ganado no consumiría de manera natural. Este se
utiliza porque es barato y favorece un engorde rápido. El alto consumo de maíz
provoca el desarrollo de la bacteria E. coli con una mutación que la
hace resistente al ácido estomacal permaneciendo viva en los excrementos. En
los mataderos, donde se matan cientos de animales cada hora a un ritmo
frenético, es ingenuo pensar que estas bacterias no entren en contacto con la
carne. [1]
En
fin que me lío, seguro que una breve búsqueda en internet, ofrece muchos más
datos de los beneficios de una dieta vegana sobre la salud. Pero, como decía,
este punto (para mi) no tiene mayor importancia: incluso aunque una dieta
vegana no tuviera ningún beneficio para la salud, o supusiera algún perjuicio
creo que existen otras razones que en una sociedad justa deben primar al
beneficio personal.
De
la mano del maíz, podemos pasar a un segundo bloque de razones, las
político-económicas: casi el 90% de los productos que encontramos en el
supermercado tienen algún producto derivado del maíz. Este se utiliza
masivamente para la alimentación de aves, vacas, cerdos e incluso se utiliza
como alimento en piscifactorías. ¿Por qué? Porque es barato, y ¿por qué es
barato? por dos razones: una es que sus costes reales de producción (perdida de
productividad de los suelos, contaminación de acuíferos, costes sanitarios de
poblaciones próximas a cultivos, pérdidas de biodiversidad, desplazamiento de
comunidades locales, pérdida de cultivos tradicionales etc etc) no se reflejan
en su precio; y otra es que está subvencionado por los gobiernos para garantizar
los beneficios de las grandes compañías del sector. Es así como una hamburguesa
puede ser más barata que una lechuga. En 1970 cinco compañías controlaban el
25% del mercado de la carne de ternera, hoy cuatro compañías (Tyson, Cargill,
Swift y National Beef) controlan más del 80%. Lo mismo ocurre con la carne de
cerdo y de pollo. Este sistema de producción, enfocado a incrementar los
beneficios de estas compañías, es impuesto por gobiernos de todo el mundo en
nombre del progreso y la industralización, desplazando cultivos tradicionales
que garantizaban la supervivencia y la soberanía de muchos pueblos de
Argentina, Brasil, Chile, EEUU, España, etc.. En su lugar se implantan monocultivos destinados al alimento
del ganado que requieren una inmensa cantidad de pesticidas, fertilizantes y
maquinaria industrial, cuyo mercado está igualmente controlado por unas pocas
corporaciones a nivel mundial.
Joseph F. Stiglitz en 2006, constató que «la vaca europea
media recibe una subvención de 2 dólares al día (el umbral de la pobreza, según
el Banco Mundial). Más de la mitad de los habitantes de los países en
desarrollo viven con menos. Por lo tanto, parece que es mejor ser una vaca en
Europa que un pobre en un país en desarrollo».
Estos mecanismos para la producción de los alimentos del
mundo tienen objetivos que van más allá de los simples beneficios económicos;
las comunidades antiguamente soberanas sobre sus recursos, sus modos de
producción y sobre sus alimentos, son desplazadas, privadas de sus tierras y de
sus ancestrales modos de vida. Desde esas condiciones se ven obligadas a vender
su mano de obra para trabajar como jornalerxs por un salario mísero que tienen
que devolver a las empresas que les han robado sus tierras a cambio de
alimentos. Esos mecanismos generan poblaciones dependientes, fácilmente
manipulables y cuya actividad diaria se orienta en función de los intereses de
la transnacional de turno. Esos mecanismos no son más que la cara de la
esclavitud moderna. Controlar nuestros alimentos es imprescindible para ser
libres.
En
tercer lugar podemos enumerar los efectos del consumo de carne sobre el
planeta: el sector ganadero produce el 51% de los gases de efecto invernadero
que se producen en el mundo.[2]
La FAO reconoce en uno de sus informes titulado “la sombra del ganado” que la
producción agrícola destinada a los animales es responsable de más gases de
efecto invernadero (en equivalentes de CO2) que todos los barcos, coches,
aviones y demás medios de transporte del mundo juntos.[3]
Es curioso que estos datos ni se mencionen en los informativos y programas
divulgativos sobre el cambio climático; es mejor culpar a los coches ya que las
posibilidades que tenemos de dejar de utilizar el transporte basado en los
combustibles fósiles mañana, son bastante menores que las que tenemos para
dejar de comer carne hoy. Sin embargo la reducción de emisiones de gases de
efecto invernadero sería mucho mayor si optamos por esta segunda opción.
El
proceso digestivo de las más de 1,000 millones de vacas genera el 37% del total del metano
inducido por el ser humano; este gas es 23 veces más potente que el CO2. Las
heces de las vacas contienen altas cantidades de óxido nitroso, un gas 296 veces más potente que el
CO2, y la orina y heces de los 17.000 millones pollos generan el 64% del amonio inducido
por el ser humano, un elemento químico que causa la lluvia ácida.
La ganadería industrial es
responsable del 90% de la deforestación de la Amazonia, debido a la extensión
de pastizales y cultivos forrajeros para alimentar una creciente población de
ganado.
En total, a la producción
ganadera se destina el 70% de la superficie agrícola y el 30% de la superficie
terrestre del planeta.[4]
Para criar una vaca, necesitamos aproximadamente 2 ha de terreno durante 1 año,
tras este tiempo tendríamos unos 250 kg de carne (con huesos). En sólo una ha
podemos producir 3.216 kg de cereal[5],
o 25.900 Kg de lechugas, o 42.000 Kg de sandías, o 72.800 Kg de tomates.[6]
Para producir un kilo de carne se necesitan de media 7 kilos de cereal, que,
sobra decir, podrían alimentar a más
personas que el kilo de carne. Otro dato más de la sobre explotación que supone
la industria cárnica es que hasta un tercio de las capturas pesqueras se
destinan a la producción de piensos.
Para producir un kilo de carne
de ternera ser requieren una media de 15.497 litros de agua, un kilo de carne
de cerdo requiere 4.856 litros y uno de cordero 6.143 litros. Un kilo de maíz
no necesita más de 909 litros de agua para su producción, uno de trigo 1.334 y
uno de arroz 2.291 litros.
Una hamburguesa (150 g) requiere
el consumo de 2.400 litros de agua, un vaso de leche (200 ml) 200 litros. Un
vaso de cerveza (250 ml) requiere 75 litros de agua, una patata (100 g) 25
litros y una manzana (100 g) 70 litros.[7]
Es físicamente imposible
mantener el ritmo de consumo actual en un planeta finito, y el consumo de carne
es uno de los factores más influyentes en la sobreexplotación de los recursos
de la tierra.
Y finalmente llegamos al último bloque de razones, las que,
para mí al menos, son suficientes por si mismas: las éticas.
Podría enumerar las pésimas condiciones de vida en las que
millones y millones de animales esperan la muerte como si ese fuera su destino
natural.[8]
Pero creo que no es ese el punto central; tras una vida teledirigida por otrxs
(en mejores o peores condiciones) 2.315.611 vacas y terneras, 10.571.158 ovejas
y corderos, 1.326.289 cabras y cabritos, 42.552.529 cerdos, 72.558 caballos,
707.471.000 pollos y 52.474.000 conejos fueron asesinados durante el último año
solo en España. A los animales acuáticos
ni siquiera se los cuenta como individuos, sino por kilos: 768.691 toneladas de
peces, crustáceos y moluscos fueron extraídas del mar, 60.250 toneladas de
peces y 220.829 toneladas de moluscos fueron producidas en piscifactorías durante
el 2010[9].
(Es curiosa la terminología que utilizamos para cosificar a esos seres vivos
que estamos matando).
Tras esta matanza premeditada, organizada y legitimada por
la gran mayoría de la población mundial que mira para otro lado, está una
particular visión del mundo. Esta visión ha extendido su hegemonía a lo largo
de los siglos hasta alcanzar prácticamente la totalidad del planeta. Daniel
Quinn en su más que recomendable libro “La historia de B” la define con la
siguiente frase: “la tierra está hecha para el hombre y su papel es
conquistarla y gobernarla”. Esta visión del mundo, bastante reciente teniendo
en cuenta los 200.000 años de existencia de nuestra especie, se plasmó en la aparición de la agricultura y
la ganadería hace unos 12.000 años y con el devenir de la historia ha generado
una superestructura ideológica, política, social, cultural y económica para
perpetuarse. Supuso un cambio fundamental en la relación de las personas con su
entorno, de sentirse parte de él a sentir que éste estaba a su servicio. El ser humano se apropió del derecho a
decidir sobre la vida y la muerte. Que animal debía vivir y cual morir, que
planta era buena y cual mala. La agricultura y la ganadería permitió la
aparición de los excedentes y por tanto la acumulación de poder. Esta
acumulación de poder necesita de una reproducción constante. Desde la aparición
de la agricultura y la ganadería, esa visión del mundo ha ido colonizando al
resto de culturas con distintos mecanismos siendo la fuerza el más utilizado.
Ha adoptado varias formas a lo largo de la historia alcanzando con el
capitalismo su máxima expresión. El capitalismo ha convertido a todo lo que
existe en mercancía, sin valor en sí mismo, solo según el equivalente monetario
marcado por el mercado.
Y diréis: muchas culturas indígenas que viven en armonía
con su entorno, que no lo han cosificado, consumen animales como alimento. Si,
es cierto, pero no se trata de santificar, juzgar o copiar a las comunidades
indígenas o a ninguna cultura que haya existido a lo largo de la historia. Se
trata de construir la sociedad de hoy rescatando los valores positivos del
pasado y mejorando el presente con las lecciones de la historia. Si yo
necesitara carne para sobrevivir, como le ocurre a mucha gente en diversas
geografías, la comería, pero no la necesito y si la comiera, sería
exclusivamente por su sabor, porque me gusta. No quiero tener que matar a
ningún animal o, peor aún, que alguien tenga que matarlo por mi, por placer,
porque me guste comerlo. La pregunta de si realmente necesito la carne para
sobrevivir es una pregunta que se debe hacer cada cual. Acorde a lo
anteriormente expuesto, considero que la agricultura también supone una
agresión contra el entorno que no comparto y que con mi alimentación actual
estoy perpetuando (si comiera carne potenciaría aún más el modelo agrícola
actual). No considero que los humanos seamos superiores a las vacas y por eso
podamos decidir cuando y como estas deben vivir o morir. Tampoco creo que
seamos superiores a las lechugas. No creo que las diferencias deban suponer una
jerarquía. Pero un mal no justifica un mal mayor. El punto está en disminuir el
impacto de mis actos sobre el entorno produciendo el menor daño posible, optar
por una dieta vegana es un paso.
Hoy nos creemos el centro del universo, superiores a
cualquier otra forma de existencia y con el derecho de utilizar estas a nuestro
antojo. Esta visión antropocéntrica nos lleva sin remedio a la extinción. Una
extinción de la que ni las energías renovables, ni reciclar, ni apagar el grifo
cuando nos lavamos los dientes, ni ninguna solución de las expuestas como
únicas alternativas por el capitalismo verde nos puede salvar.
Solo un cambio en nuestra conciencia podrá devolver el
planeta a un equilibrio que permita la supervivencia de nuestra especie. Este
cambio supone reconocer la unicidad de todo lo que existe, reconocer a la
naturaleza como una parte de nosotrxs mismxs, no como algo ajeno que hay que
cuidar. Mirar a lo que nos rodea: animales, plantas, agua, aire, fuego, tierra;
como iguales, agradeciendo que nos mantiene vivxs y manifestando en cada uno de
nuestros actos ese agradecimiento y respeto. No es ninguna utopía, durante
190.000 años, la especie humana vivió guiada por esos principios. Y algunas
comunidades han sido capaces de conservarlos hasta el presente.
La pureza no existe en el camino de la revolución,
cometeremos errores e incoherencias, pero lo que no nos podemos permitir es no
reconocerlas y mucho menos justificarlas. A partir de ahí no existen más jueces
que unx mismx y es cada unx quien debe trazar sus caminos y sus ritmos.
Lince Blanco,
2 de marzo de 2013
[1]Fuente: Physicians Committee for Responsible Medicine
PCRM
[2]Fuente: “La ganadería y el cambio climático”. Consejo de medio ambiente
del Banco Mundial, 2009. pag 11. http://www.worldwatch.org/files/pdf/Livestock%20and%20Climate%20Change.pdf
[3]Fuente: “La larga sombra del ganado”. FAO, 2006.
http://www.fao.org/docrep/011/a0701s/a0701s00.htm
[4]Fuente: “Alimentación y cambio climático”. Anima Naturalis
[5]Fuente: “Rendimiento de los cereales (Kg por Ha)”. Banco Mundial. http://datos.bancomundial.org/indicador/AG.YLD.CREL.KG
[6]Fuente: “Rendimiento y producción de los principales cultivos en
España”. Agromática. http://www.agromatica.es/rendimiento-por-hectarea-de-los-cultivos/
[8]Para más información al respecto ver “La granjas industriales”. Anima
Naturalis. http://www.haztevegetariano.com/p/968
[9]Fuente: “Boletín nacional de estadística Enero “2013. Agricultura y
ganadería”. INE. http://www.ine.es/jaxi/tabla.do?type=pcaxis&path=/t38/p604/a2000/l0/&file=1100001.px
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