Durante la Edad Media, antes de la institucionalización de los gremios, los gobiernos municipales y las universidades, las mujeres fueron ocupando espacios en todos los terrenos, fueron además de campesinas, maestras de diversos oficios, pobladoras, abadesas, escritoras, y también se dedicaron a diversos campos del conocimiento humano, entre ellos los comprendidos dentro de la denominación de “ciencia”. Una ciencia que para las mujeres se concentraba en esa época principalmente en el campo de la medicina. Las mujeres fueron más allá de los límites impuestos para ellas en los modelos de género dominantes y se convirtieron en un problema para la élite masculina feudal y patriarcal. Como reacción, a partir de los siglos XIII y XIV toma cuerpo entre sacerdotes y eruditos, hombres privilegiados, una corriente de opinión misógina, que fue contestado por mujeres como Christine de Pizan, dando lugar a la llamada “querella de las mujeres”.
Durante el Renacimiento la corriente misógina se afianza, dando lugar a un período de regresión para las mujeres en todos los terrenos. Es también cuando la lucha por el control masculino del conocimiento, de la ciencia, se recrudece, comenzando entonces la caza de brujas.
Cualquier mujer que gozara de cualquier tipo de independencia era proclive a ser considerada bruja. Los inquisidores creían que las mujeres que quedaban fuera del control masculino, al margen de su tutela a través de la familia, o que se mantenían fuera o en los bordes de los roles femeninos prescritos para ellas, eran elementos perturbadores del orden social establecido. Mujeres solas, solteras o viudas, pobres, viejas, extranjeras, melancólicas, sanadoras, el espectro podía ser variado.
Las mujeres sin hombres, solteras y viudas, mayores de cuarenta años, podían fácilmente ser consideradas brujas, pero muchas también eran casadas, jóvenes... Muchas brujas eran mujeres que tenían o actuaban con independencia, que estaban dispuestas a replicar y a defenderse.
Las brujas eran en muchos casos mujeres de extracción campesina y pobre. Esto es cierto para la mayoría de las sanadoras, aunque también las había con una situación social acomodada. Las sanadoras de extracción pobre y campesina trabajaban para la comunidad, para las clases populares. En general eran las únicas que ofrecían servicio sanitario a las personas pobres.
Por otra parte, otro sector que padeció la persecución durante la caza de brujas fueron las comadronas. Muchas de las mujeres acusadas de brujería fueron comadronas. Esto se explica por el hecho que durante la Edad Media y Moderna, existía la idea generalizada de que el nacimiento tenía cualidades mágicas y que por esta causa, las comadronas, al conocer los misterios del nacimiento, tenían poderes especiales. La institucionalización de la medicina en las universidades supuso que la obstetricia constituyera la única área relacionada con la medicina y la salud que quedó reservada a las mujeres, hasta que les fue también arrebatada en el siglo XIX. Las mujeres quedaron excluidas de la práctica de la medicina, con la excepción mencionada, hasta que apareció la figura de la enfermera a finales del siglo XIX, especialmente con Florence Nightingale. La enfermera aparece ligada al rol de cuidadora de las mujeres, completamente subordinada a los médicos.
Un número importante de las mujeres que fueron condenadas a muerte durante los siglos de la caza de brujas fueron mujeres que ejercían de sanadoras en sus comunidades. Las mujeres habían ejercido como sanadoras desde hacía siglos, existiendo una larga genealogía de mujeres sanadoras. En Europa fueron las responsables de la salud de la comunidad hasta que se inició la caza de brujas, siendo conocedoras, transmisoras y revisoras de una sabiduría ancestral popular que se transmitía de madres a hijas. De hecho, para diversos estudiosos y estudiosas son consideradas las primeras médicas y anatomistas de la historia de occidente, además de las primeras farmacólogas, con sus cultivos y recolección de plantas medicinales. Eran las conocedoras de los secretos de la medicina empírica.
Las mujeres conocían las aplicaciones medicinales de muchas hierbas y plantas y el conocimiento sobre muchas de ellas se aprendían de generación en generación desde tiempos anteriores a la institucionalización del cristianismo. Al mismo tiempo descubrieron nuevas fórmulas y aplicaciones a través de la experimentación. La gente consideró este conocimiento como un cierto tipo de magia, al igual que lo creyeron los jerarcas de las iglesias cristianas y los gobernadores de los estados. Parece ser que estas mujeres mezclaban sus prácticas curativas con viejos ritos paganos anteriores al cristianismo. Con la caza de brujas, parte de este conocimiento se perdió.
La brujería era considerada un "crimen exceptum", es decir, un crimen especial, diferente a los demás. En el siglo XVI la diferencia entre brujas buenas (muchas de ellas sanadoras) y malas desaparece totalmente. Los inquisidores aseguraron que las buenas eran peores que las malas. Las brujas tenían menos derechos que otros reos y los juicios iban prácticamente siempre acompañados de torturas. La presunción era suficiente para sentenciar a muerte.
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