Nos pasamos la
vida trabajando en oficios que no son de nuestro agrado para obtener artículos
o servicios que no necesitamos. Si gastamos menos quizás podamos permitirnos
coger más vacaciones, no
hacer horas extras, o incluso dejar un trabajo que no nos gusta o no nos deja
descansar.
Al humano medio
occidental le da miedo salirse del círculo. Estudias algo reconocido
institucionalmente, luego trabajas en algo que te reporte personalmente
ingresos económicos aunque no te guste tu oficio, contraes una hipoteca (o
varias: coche, casa), tienes una pareja (heterosexual, de tu edad, soltera...)
para toda la vida, hija e hijo... Nos han dado el guión ya escrito. Estamos acostumbradas
a tomar escasas decisiones trascendentes, y siempre dentro de un escenario en
el que ya viene el decorado previamente organizado: qué estudiar (pero que
tenga salida), de qué trabajar (entre lo que “el mercado” ofrece) y la marca de
coche o móvil que tendrás.
Pero el trabajo
colectivo no remunerado y basado en el apoyo mutuo, la “ociosidad” y el “no
hacer nada” están muy mal vistos por quienes “levantan el país”, que no se dan
cuenta de que llenan su autoestima fabricando o vendiendo cosas muchas veces
innecesarias o incluso agresivas con el medio y la propia sociedad al
concentrar el capital en pocas manos; y pagadas con los impuestos de todas y
todos (armas, publicidad, toneladas de plásticos de usar y tirar,
infraestructuras que destruyen la naturaleza, coches que contaminan, alimentos
que provocan enfermedades y un largo etc.), y que si se permitiesen estar en la
playa tomando el sol o paseando por la montaña harían un gran favor al país al
que presumen de levantar, que tendría un aire más limpio y unos habitantes más
felices y relajados.
Y al final
siempre tenemos la misma nos hacemos la misma pregunta ¿Trabajamos para vivir o vivimos para
trabajar?
D.B.S.
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